Hundiéndose en la noche duerme un alma
cansada de la prisa y el desvelo,
y hasta durmiendo siente el desconsuelo
de no poder lograr sueños ni calma.
Llegada la mañana como talma
que cubre de calor un viejo anhelo,
busca una solución: ver en el cielo
un atisbo de luz. Y allí se ensalma
el resquicio de toda su amargura
y de la oscuridad que fue su esencia.
Allí principia el fin de la locura
que adquirida en temprana adolescencia
la volvió, con el tiempo, más oscura,
contradicción de miedo y suficiencia.
Idella
(29-03-09)
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